jueves, 11 de octubre de 2012

Pero de cine arte...


Llegar era fácil, bastaba ir con enormes maletas rojas y subirse al techo de un camión. La reserva para tener dónde dormir en un pueblo sin agua potable ni luz eléctrica, era algo en lo que se podía no pensar...

La historia comenzó desde su cielo, pero bajaron pronto, no se querían quedar ahí. Deshicieron camino por pasto y arena, llegaron al comienzo y se quedaron ahí, donde la gente dormía en el día, para que en las noches los sueños que habitaran la casa solo fueran los de ellas. El hombre que cuidaba la casa era un místico profeta con la cabeza chorreante de rizos negros, que se sentaba frente al fuego y hablaba verdades al viento rodeado de gente que no lo escuchaba. En el día se confundía con todos los demás y su descordura era parte del paisaje.

Veían salir el sol cada mañana desde las profundidades del mar  y al atardecer giraban la silla para verlo hundirse una vez más en las cálidas aguas, dejando tras él la estela de magia que bañaba a cada casa esparcida al azar sobre el asfalto de pasto, con callecitas de arena que era esta isla transformada en cabo.

En las mañanas que no llovía, el día comenzaba con movimiento lentos y la alineación de las luces que llenaban de color por dentro al cuerpo. Luego se lanzaban buenos sentimientos al mundo con rayos blancos que salían  de cerca de la mollera.
En el centro de la historia estaba el faro, para entrar no era necesario pagar, solo compartir un mate y unas facturitas por la mañana, pero podía ser peligroso. De todas maneras, una vez arriba se podían desprohibir carteles e incluso prender el faro a las nueve en punto y una vez abajo ver su luz pasando sobre las cabezas rompiendo una profunda oscuridad.
Las noches podían ser simples, pero plagadas de estrellas cuando no estaba la luna y las conversaciones podían fluctuar entre canciones de infancia, profundidades del alma y risas a destajo.

Cuando llovía la usanza era recorrer sin zapatos las rutas que marcaban los lobos de mar, correr y girar, caminar hasta que la lluvia se convirtiera en el manto que cubría el camino. A veces era bueno perderse y encontrar refugio, cantar y rezar agradeciéndolo todo...

Después de la lluvia pudieron buscar...



la cueva que todos aseguraron que no existía...

la piedra de toneladas que se podía mover con un solo dedo, aunque hubiese que tocar todas las piedras del lugar... no importa si no la encontraron, porque buscarla fue lo mejor...

la séptima ranita de Darwin del día, tenerla entre las manos y pedir un deseo, que aunque fuese un absurdo invento sí se podía hacer realidad...
un arco iris, corriendo como pequeñas niñas junto al faro porque mientras alumbraba el sol comenzó la lluvia en el momento y lugar indicado...

la voz de Dios resonando entre las nubes, aunque ya les resonaba fuerte en el corazón.